Si un niño o adolescente se frustra fácilmente o está eternamente frustrado y enfadado es importante que los padres comprendan cuáles son los mecanismos que pueden llevar a su hijo a reaccionar de esa forma.
Nuestra sociedad valora el logro fácil y confunde placer con felicidad. Promueve los objetivos a corto plazo y la satisfacción inmediata generada por refuerzos externos.
Nuestros jóvenes viven inmersos en esta influencia y aprenden que lo que importa es conseguir cosas sin esfuerzo y el placer del momento.
A veces también a los padres les resulta difícil abstraerse de esta influencia
La frustración es una emoción que aparece cuando no conseguimos lo que deseamos o necesitamos. Los niños más pequeños requieren satisfaces sus necesidades de forma inmediata y toleran mal la frustración. En las primeras etapas es necesario satisfacer sus necesidades lo más inmediatamente posible, esto les ayuda a sentirse seguros y a tener una cierta estabilidad emocional. Progresivamente podemos ir prolongando prolongando el tiempo que tardamos en atender sus demandas y así, conforme van madurando aprenden a posponer la satisfacción y a no sentirse frustrados cuando no aparece la satisfacción inmediata, o en su caso, a tolerarlo mejor.
Sin embargo, hay niños y adolescentes que mantienen un bajo nivel de tolerancia a la frustración en relación al nivel de maduración que es esperado para su edad.
Hay niños y adolescentes que mantienen un bajo nivel de tolerancia a la frustración
Un factor que condiciona que un niño la tolere mal que la frecuente exposición a situaciones en las que se siente frustrado cada niño reacciona de forma diferente, según su predisposición.
Cuando hay frustración frecuentemente, algunos niños o adolescentes reaccionan con resignación, lo que suele dar lugar a que se inhiban emocionalmente y se cierren a experiencias que ellos interpretan como potencialmente frustrantes, lo que les provoca una sensación de fracaso e incapacidad que les conduce a una actitud de pasividad.
Otros sin embargo, se sensibilizan ante estas situaciones y reaccionan con oposición y rebeldía. En este caso, lo que provoca es un aumento del nivel de conflicto, con el consiguiente malestar en ellos mismos y en el resto de la familia.
La sobreexigencia el perfeccionismo y altos niveles de ansiedad generan frustración. Cuando se mantienen en el tiempo también aumentan la cantidad de experiencias de fracaso a las que están expuestos.
Hay características personales y de su entorno que favorecen frustración
En relación con los padres, la sobreexigencia hacia el niño o el adolescente y el propio perfeccionismo influyen en cómo manejan sus hijos la frustración. Ante la sobreexigencia de los padres, un hijo puede responder aceptando las metas de sus padres y entonces se sobresfuerzan e hiperresponsabilizan para conseguir cumplir con sus expectativas y tener su reconocimiento. O por el contrario, con rechazo y enfado, lo que conlleva un alto nivel de conflicto.
Su influencia depende de la intensidad y la frecuencia
A veces los niños tienen algunas tendencias naturales que les pueden llevar a desarrollar una autoexigencia excesiva y un elevado perfeccionismo, que fácilmente pueden ir asociados. Estas actitudes hacen que una persona se ponga metas demasiado elevadas que les resultan difíciles de alcanzar. Cuando frecuentemente un niño o joven no consigue lo que se propone aparece la sensación de inseguridad, baja confianza en ellos mismos y sensación de incapacidad, lo que sensibiliza ante la frustración.
Si la presión es muy fuerte y al niño le faltan recursos para enfrentarse a la situación o es especialmente sensible, una forma de afrontarlo puede ser la desmotivación y la dejadez, lo que también es una forma de no exponerse al fracaso.
También la ansiedad, independientemente de su origen, favorece la baja tolerancia a la frustración. Por la propia tensión disminuye la tolerancia en general y la paciencia, entre otros.
Por supuesto que todo esto puede darse en diferentes niveles de intensidad, pero en cualquier caso, es importante que los padres puedan darse cuenta de que algo así está ocurriendo para que puedan poner los medios para solucionarlo.
Los padres tienen dos ámbitos en los que pueden ayudarles a aumentar su tolerancia a la frustración. Por una parte han de fomentar habilidades que a contribuyen a que puedan manejarse mejor con la frustración; por otra, pueden ayudarles y apoyarles cuando se frustran para que puedan reaccionar de forma diferente. Así, además de aprender de estas experiencias, también cambiará el tono emocional de ellos mismos y de su hijo.
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